Correo electrónico

BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

domingo, 30 de mayo de 2010

Reencuentro con un profesor


Nos habíamos visto alguna vez. Apenas un fugaz hola y adiós acompañado de una sonrisa. Hace un par de domingos por fin nos paramos a hablar. Habían pasado… ¡Qué horror, mejor no contar! Digamos que el tiempo transcurrido desde que fuera mi profesor en sexto de EGB, cuando yo tenía once años. Lo recuerdo como alguien mesurado; positivo; pacífico; volcado en los alumnos; ecuánime, lo cual hacía que todos nos sintiéramos “enchufados”.

Me explicó que las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Percibí un sentimiento de frustración en sus palabras. Decía que los chavales habían perdido todo interés, no respondían a ningún estímulo. Los padres, en vez de reforzar la labor del docente, se alineaban con unos hijos indolentes y consentidos; y todo ello dentro de un sistema que condenaba cualquier intento de formación al fracaso.

Me narró algo que le había sucedido en el nuevo colegio en que impartía clases desde hacía unos años. En toda su vida sólo había puesto la mano encima a un alumno en dos ocasiones. Puedo atestiguar que con su veteranía eso es un logro notable. De mi época recuerdo a más de un compañero que pedía a gritos un cachete y con este profesor siempre se libraba de él. También hay que decir que algún maestro los prodigaba de forma despótica y cruel, no todo eran hermanitas de la caridad.

La primera vez que don J.I. asestó uno se remontaba a la época en que yo mismo era un escolar. Fue con el hijo de un compañero suyo, otro profesor del colegio. En realidad lo echó de clase semiarrastras. El chaval había colmado su paciencia hasta el punto de sacarlo de sus casillas. El hecho no tuvo mayores consecuencias. El padre del chico y compañero de mi profesor con toda probabilidad habría sido más duro.

La segunda ocasión fue más reciente; ya en el nuevo colegio. Un alumno díscolo consiguió lo que ningún otro había logrado en décadas, arrancar a mi antiguo profesor un capón. Aunque acto seguido el docente se arrepintió y le pidió disculpas. Bien sabía en qué terreno se juegan ahora los partidos.

La mamá del “niño” acudió al colegio ofendidísima. Don J.I. tuvo que comparecer en el despacho de dirección y aguantar un chaparrón de la progenitora del “damnificado”. “Sentí vergüenza”, me confesó. “Escuchando a aquella madre, pensaba que era ella la que debería haberle dado una torta a su hijo, y sin embargo se dedicaba a descargar su frustración contra mí.” Otra cosa también le dolió: “La directora, que me conoce bien, no movió ni un dedo para ayudarme.” Ahí se quedó él, impotente, perplejo, humillado, completamente desautorizado, ridículo, como si fuera él el niño malo que debe ser reprendido y castigado.

En los últimos tiempos había tenido que aguantar otras protestas de padres, generalmente porque sus vástagos suspendían, y claro, si el profesor es quien plasma las notas en un papel, es él quien debe aprobar a los niños, aunque no sepan hacer la o con un canuto, ni ganas.

Don J.I. quería tirar la toalla. Le quedaba un año para jubilarse, esa es ahora su meta. ¿Preocuparse por un muchacho o una muchacha cuyas impertinencias les ríen sus padres? ¿Ser vejado públicamente por intentan que alguien saque lo mejor de sí?

“En su día hubo un director en el colegio que hablaba de «clientes» para referirse a los alumnos –me contó don J.I. aludiendo a mi antigua escuela-. Pero el profesor P. respondía que él no se sentía un vendedor de El Corte Inglés, que la enseñanza era otra cosa, formar personas, no vender productos. Yo estaba completamente de acuerdo con P. Ahora vuelvo a oír aquel discurso en el centro en el que imparto clases. También allí han empezado con lo de «clientes».”

Posiblemente ya no es su tiempo. Don J.I. es una antigualla, un resto jurásico que vaga por las aulas aguardando su extinción definitiva. Ahora no hay alumnos, sólo clientes. Y al cliente no se le cuestiona, sólo hay que buscar su satisfacción; halagarle, apesebrarle y conseguir de él un buen margen comercial, lo demás no importa, igual da que le vendamos una materia que no sirve para nada o un modelo de vida que lo convertirá en un estúpido infeliz; si se va contento es más que suficiente. Eso sí, si se quiere triunfar no hay que olvidar la máxima comercial: “el cliente siempre tiene la razón”.

miércoles, 26 de mayo de 2010

"Cuestión de Tiempo" - Narradores I


En junio de 2008 salía publicado "Narradores I", libro coral en el cual once escritores noveles publicamos sendos relatos (Pepe González, Cristina Grande, Roberto Malo, Miguel Ángel Ordovás, Eva Puyó, Aloma Rodríguez, Míchel Royo, Maribel Sabariego, Teresa Sopeña y Julio C. Valero). Fue editado por la Asociación Aragonesa de Escritores, el Centro del Libro y el Gobierno de Aragón.

Mi relato se titulaba "Cuestión de Tiempo". Creo que tenía su gracia, aunque, claro está, no soy el más adecuado para valorarlo.

Para quien tenga interés en leerlo, aquí le ofrezco un enlace:

Cuestión de Tiempo

¡Espero que os guste!

El descubrimiento


Después de casi tres años, el gobierno ha descubierto que lo de la crisis económica no era una broma, por ello ha comenzado a tomar medidas frenéticamente. ¿Por qué no se hizo algo antes?, se preguntan muchos. La respuesta la tiene el caracol...

Dos tortugas llevan tres horas golpeando a un caracol cuando aparece la policía. Los agentes se acercan a la víctima y le preguntan: "¿Qué es lo que ha pasado?" Entonces el caracol, aturdido, responde: “No sabría decirles, sucedió todo tan rápido”.

martes, 25 de mayo de 2010

Los lirios del campo


Con lo guapo, listo y bueno que era él, ¿cómo no lo iba a ser querido? Alguien tan bien dotado era digno de admiración. Quienes carecían de sus cualidades contaban con su conmiseración, nada más. Pobres criaturas, tan miserables apenas merecían su generosa atención.

Un accidente lo ató a una silla de ruedas, su cuerpo y su rostro se hincharon y desapareció todo atisbo de belleza en él. Sintió que el mundo se le venía encima; ahora era él la criatura inútil, el ser despreciable y maldito.

Un día leyó una frase de Kierkegaard y entonces, comprendió:

La alegría de Dios consiste en vestir a los lirios con mayor magnificencia que a Salomón, pero si pudiéramos hablar de comprensión, el lirio se encontraría en una penosa ilusión si, al contemplar sus nobles ropajes, pensara que las vestiduras son el motivo de ser amado.

domingo, 23 de mayo de 2010

La ficción real



En 1975 se estrenaba la película Furtivos, de José Luis Borao. En la misma, Lola Gaos interpreta a una mujer tiránica y violenta que vive en un bosque junto con su hijo. Hay una secuencia en la que para escenificar el carácter agresivo del personaje, Lola Gaos mata a palos un perro. Todo ello se realizó realmente, sin ninguna clase de efectos especiales. (VER NOTA AL PIE DE ESTA ENTRADA)

Me parece que este hecho ilustra un aspecto estremecedor del mundo de la comunicación. Para “representar” la violencia, se hizo violencia. El perro padeció efectivamente la brutalidad de un ser humano que, para más inri, no era una mujer desquiciada y marginal llevada por un arrebato, sino una prestigiosa actriz que hacía de aquel acto un espectáculo (la cinta obtuvo la Concha de Oro a la mejor película en el festival de San Sebastián).

Personalmente me han escandalizado películas inspiradas en hechos reales que supuestamente pretenden “denunciar” (!?) abusos a menores, para lo cual escenifican de forma explícita esos abusos con niños actores.

Tampoco hay que irse al cine para ver esto. En mitad de un informativo de televisión, nos muestran las imágenes de una paliza grabada por unos críos con el móvil, mientras nos explican que los chavales han sido detenidos por colgarlas en Internet. ¡Y el presentador se queda tan ancho, como si él no estuviera haciendo lo mismo excitando el morbo de la audiencia!

La mayor parte de las personas que han sufrido abusos, han confesado que su publicidad posterior ha sido un calvario tan grande o mayor que el que padecieron por parte de sus verdugos.

Ha tenido especial repercusión mediática el caso del director de cine Roman Polanski, quien en 1977, cuando tenía 43 años, abusó de una niña de 13 tras engañarla y darle alcohol y drogas. En septiembre del pasado año el cineasta fue detenido para su extradición (no había vuelto a EEUU para evitar su procesamiento). Desde entonces su víctima, Samantha Gailey, ha sufrido un autentico infierno, acosada día y noche por la prensa, ha manifestado una y otra vez que sólo quiere que la dejen en paz, que no quiere revivir todo aquello ni estar sometida a un permanente asedio mediático que no hace sino destrozarle la vida que tan trabajosamente ha ido recomponiendo.

Conviene no olvidar que la representación de la realidad tiene su componente real. Que lo que el “guión exige”, se hace verdaderamente. Y que la explicitud suele llevar aparejada la realización efectiva de aquello que se muestra.


NOTA (31/10/2013): Cuando escribí esta entrada había leído la información sobre la película Furtivos en una fuente que me pareció fiable. Gracias a la aclaración de una familiar de Lola Gaos que ha tenido la gentileza de introducir en los comentarios, viene a resultar que dicha información es falsa, y LOLA GAOS NO DAÑÓ A NINGÚN ANIMAL. Queden estas líneas como rectificación y sincera petición de disculpas.

jueves, 20 de mayo de 2010

Todos los hombres no somos iguales


El enunciado de este escrito es una herejía con respecto al pensamiento dominante, pero yo la sostengo. Es más, no sólo me consta que no todos los hombres somos iguales, sino que a esta afirmación yo añado: “afortunadamente”.

Si sostengo que los hombres no somos iguales, es posible que haya quien piense: “¡Qué engreído! Seguro que se cree superior a los demás”. Ahí es donde yerran los igualitaristas. No, no me creo superior, es más, soy más que consciente de que en la práctica totalidad de los órdenes de la vida soy muy poquita cosa, que muchísima gente me da mil vueltas en un sin fin de cosas. Estos dibuja mucho mejor que yo, aquellos cantan como los ángeles, los otros tienen una voluntad de hierro, los de más allá poseen una capacidad de razonar asombrosa…, pero no por ello me siento un desgraciado, muy al contrario, soy una persona afortunada pues cuento con otras personas capaces de suplir los infinitos aspectos en los que no poseo cualidades especiales.

Ahora bien, si quiero que me sean de provecho los beneficios que los demás me pueden aportar es preciso que previo a todo realice una operación: mi reconocimiento de que no todos somos iguales. De lo contrario sí seré un prepotente y trataré de hacer o juzgar lo que desconozco, o minusvaloraré el trabajo realizado por los demás.

Conviene discriminar lo bueno de lo malo, lo excelso de lo mediocre, lo justo de lo injusto. Aconsejaba Séneca que las opiniones no debían ser contadas sino pesadas. Este es el principio para la prosperidad de las personas y la sociedades.

El burro, el palo y la zanahoria



Todos tenemos grabada la imagen del burro, el palo y la zanahoria. Para hacer andar al animal caben dos métodos: el primero consiste en fustigarlo con una vara, de modo que el temor a sufrir daño provoque su obediencia. El de la zanahoria se basa en el aprovechamiento de sus apetitos; en este caso la esperanza de la recompensa en forma de zanahoria será la que someta su voluntad a la nuestra.

Hacer esto con un animal de carga tiene su lógica; a fin de cuentas se encuentra atado a sus instintos y sólo estimulándolos seremos capaces de hacernos con él. En el caso de las personas cabe otra alternativa: buscar su cooperación voluntaria. Esto es lo más humano tratándose de seres libres y racionales. No obstante su sometimiento con el método palo-zanahoria ha sido usado desde el principio de los tiempos y sigue gozando de una envidiable salud.

Spinoza nos contaba esto mismo de una manera bastante más elegante y precisa (dejando además en paz al pobre burro). En 1677 escribía lo siguiente:
“Un hombre tiene a otro en su poder cuando lo ha encadenado, le ha privado de armas y medios para defenderse o huir, o bien lo ha ligado a sí con tales beneficios que éste desee más ajustarse a los criterios del primero que a los suyos propios, y vivir conforme a las preferencias de aquél más que conforme a las suyas. En los dos primeros casos, quien posee el poder se ha apoderado del cuerpo del otro, pero no de su mente; en los dos últimos, ha impuesto su derecho tanto sobre su mente como sobre su cuerpo, durante tanto tiempo cuanto duren el miedo y la esperanza”.

Es decir, tanto el palo como la zanahoria son dos formas de sometimiento. La primera de manera coactiva, “física”, pero sin llegar a apropiarse de la conciencia personal, que en un entorno represivo puede quedar a salvo. La segunda es más sibilina, crea en nosotros dependencias que confunden nuestra voluntad hasta el punto de plegarla a la de nuestro dominador.

Hemos visto cómo algunas sociedades sometidas a regímenes durísimos, como el comunismo en el este de Europa, han sido capaces de poner a salvo sus convicciones más profundas de una manera heroica. Sin embargo, cuando los viejos amos han caído, se han dejado seducir por las atractivas baratijas que les presentaban los nuevos dueños, y han plegado la libertad ganada a la comodidad y el hedonismo.

¡Cuántos caciques y corruptos presumen de un pasado de militancia sacrificada! Probablemente muchos de ellos mienten, quizá la mayoría, pero otros no. En estos será cierto su pasado luchador, sólo que tras resistir al palo han sucumbido a la zanahoria.

Por eso no nos debe sorprender que el poder trate de comprarlo todo: sindicatos, medios de comunicación, empresas, jueces, ONGs, países… Saben que el que paga, manda. No hay que irse muy lejos para darse cuenta. Las grandes corporaciones encargan trabajos a los principales despachos de abogados para que nunca osen demandarlas; las ONGs vivirán de las subvenciones facilitadas por los gobiernos, de modo que la ene de sus siglas se convierta en una farsa; los medios de comunicación serán muy cautos a la hora de meterse con según quién, pues la publicidad que les contratan engorda sus cuentas de resultados…

Nos queda una posibilidad: No plegarnos, no aferrarnos a las cosas, decidir ser libres y llevarlo a cabo con santa paz.

Hay una imagen de Lech Walesa en tiempos de la dictadura comunista que se me ha quedado grabada. Aquel trabajador de los astilleros era el líder del sindicato Solidaridad, la policía política lo esperaba a la puerta de su casa para intimidarlo. Lo empujaron y comenzaron a cachearlo de manera provocadora. Entonces el humilde electricista se les encaró y con una voz clara y firme les gritó una y otra vez: “¡Sólo le temo a Dios!” Aquel sonido derribó el muro de Jericó.

martes, 18 de mayo de 2010

La última cima


Pensaba escribir sobre temas más contingentes, pero un amigo me ha hecho llegar estos trailers de una película que tiene una pinta impresionante. Así que hago lo que me parece más inteligente en estos casos, guardar silencio y dejar que las imágenes hablen por sí solas:


jueves, 13 de mayo de 2010

De Cielo a Infierno



"El principio del infierno es: «Yo soy mi dueño»"
George MacDonald (1824-1905)

Sherpas


Su nombre nunca aparecerá en el libro de los Guiness, ni en las crónicas de las grandes gestas del alpinismo. Si perece escalando alguna cumbre, sólo los suyos lo recordarán. No habrá monumento, ni homenajes, ni galardones que lleven su nombre.

El sherpa porta a sus espaldas la carga mayor; cuanto más pesada, más se le valora. Cincuenta kilos, a veces más. Sin él no habría expedición posible, pero nunca dará una rueda de prensa ni tendrá el patrocinio de una marca importante.

También hay otros sherpas. En mi casa siempre hemos tenido uno; o más exactamente, una. Lo cierto es que nunca se notaba su trabajo, aunque sí sus efectos. Los demás cosechábamos todos los triunfos, mientras ella portaba la carga: vestíamos con ropa pulcra y planchada, comíamos alimentos sanos y cuidadosamente cocinados, disfrutábamos de un hogar confortable y limpio...

Recuerdo que en una ocasión nuestra sherpa se lesionó una mano y hubieron de escayolársela. Aquello era un inconveniente para la expedición porque nos obligaba a repartirnos muchas de las tareas domésticas que habitualmente ella realizaba. En una comida mi padre comenzó a servirnos a todos, levantándose para atender los fuegos y servir los platos. A mí aquello me incomodó bastante. ¡Cómo iba a dejar que mi padre anduviera de aquí para allá interrumpiendo su comida y atendiéndonos como un criado! De modo que yo le pedía que lo dejara y me ponía a hacerlo yo. Entonces reparé en algo que hasta entonces me había pasado inadvertido: mientras la sherpa había estado haciendo esas mismas faenas día tras día a lo largo de toda su vida, no les di la menor importancia. Era lo normal. Para eso estaba ella. Sólo cuando otro tuvo que ponerse manos a la obra me di cuenta de su existencia y dificultad. Hasta aquel momento si alguna vez hacíamos algo era porque “echábamos una mano a la sherpa”; como si cargar con el equipaje de todos nosotros fuera algo que le correspondía por obligación, cosa suya.

La sherpa ha cargado conmigo desde antes de que yo naciera, nunca se ha quejado por ello. Hoy le digo que sin ella jamás hubiera alcanzado ninguna de las cumbres a las que he subido. Gracias.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Lo que pasó y nunca sucedió


Vivimos sumergidos en un espejismo. Creemos que todo es reversible. Puedo hacer esto, lo otro o lo de más allá, pero si me resulta incómodo reseteo y comienzo de cero. Esta ilusión nos lleva a extraer una conclusión lógica: si todo tiene vuelta atrás, nada tiene consecuencias. Podemos embarcar la política, la economía, la vida conyugal, la educación... en cualquier aventura disparatada que, si no me gustan sus efectos, podré borrarlos como por arte de birlibirloque y aquí no ha pasado nada.

El único problema es que la realidad no se ajusta a nuestras pretensiones, y olvidamos ajustar nuestras pretensiones a la realidad.

Ya lo advertía Julián Marías:

“La realidad siempre se venga del que no cuenta con ella. Las cosas tienen una diferencia respecto de las personas, y es que no desisten.”

Ciertamente, la realidad es tenaz como ella sola. No está de más recordar lo que decía un señor muy inteligente allá por el siglo V antes de Cristo. Se llamaba Aristóteles y entre otras cosas afirmaba:

“Ni el vicioso ni el impío tienen poder sobre su condición moral, aunque antes sí tuvieron poder para llegar a ser lo uno o lo otro, igual que quien tira la piedra, tiene poder sobre ella antes de arrojarla, pero no cuando la ha soltado.”

Está en mi mano arrojar la piedra, pero ¡ay amigo!, como la lance, eso no tiene marcha atrás. Por eso un danés enclenque llamado Kierkegaard añadía muchos siglos después la siguiente reflexión:

“En caso contrario, el hecho de tirarla sería una ilusión y quien la arroja conservaría la piedra en la mano a pesar de sus esfuerzos y, entonces, como la “flecha voladora” de los escépticos, no se movería.”

Es decir, viviríamos en la mentira, o más bien, en la ficción de vivir.

Cabe rectificar, sí, pero ello tiene un requisito previo: reconocer la realidad.

Atónito


¿He oído bien? Nos tienen tan acostumbrados al “yo pasaba por aquí”, “ha sido éste”, “y tú más”, “sí, ¡y qué pasa!”, que todavía no acabo de creerme que alguien públicamente diga lo que este hombre ha dicho. No ha apelado a estadísticas que demostraran científicamente lo poco relevante que ha sido. No ha señalado a otros como afectados por el mismo mal en igual o mayor medida. No ha mostrado las bondades que se realizan como contraprestación al mal cometido. No ha sacado pecho enumerando las medidas contundentes que va a poner en marcha para que esto no vuelva a suceder. Ha dicho que la culpa de que se hayan producido abusos deshonestos es de los suyos, que el mal viene de dentro, que tienen que expiar por el daño causado y rendir cuentas ante la justicia.

“La mayor persecución de la Iglesia no viene de los enemigos de fuera, sino que nace del pecado de la Iglesia. Y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de reaprender la penitencia, aceptar la purificación, aprender el perdón pero también la necesidad de justicia. El perdón no sustituye a la justicia. Debemos aprender esto tan esencial: la conversión, la oración, la penitencia, las virtudes teologales.” (Benedicto XVI, 11 de mayo de 2010)


¿Dónde están sus “relaciones públicas”, sus think tank elaborando una contrarréplica, sus estrategas, sus asesores de imagen...? ¡Este hombre ha perdido la cabeza!

Ciertamente sus palabras no son de este mundo.

martes, 11 de mayo de 2010

El punto de vista del filósofo


El filósofo sólo puede hablar sobre lo que ve. De hecho los grandes despropósitos intelectuales se han producido cuando un pensador ha ido más allá de lo que le resultaba evidente. Por ejemplo, alguien descubre la importancia de los procesos económicos y llega a la conclusión de que el mundo se rige exclusivamente por procesos económicos (o por estímulos fisiológicos, o por ciclos lunares, tanto da). Presuponer es humano, la filosofía aspira a lo divino.

Se cuenta que un grupo de cuatro amigos hicieron un viaje a Escocia. Uno era político, otro estadístico, otro matemático y el cuarto filósofo. Durante una excursión llegaron a la cima de una montaña. Entonces pudieron observar que en un pico cercano se alzaba majestuosa una cabra. Contemplando al animal el político dijo: “Mirad, en Escocia las cabras son negras”. El estadístico precisó: “Más bien algunas cabras son negras”. El matemático objetó: “Diréis mejor que una cabra escocesa es negra”. A lo que el filósofo añadió: “al menos por uno de sus lados”.

domingo, 9 de mayo de 2010

¡Sube la música que un niño pide auxilio!

El presente artículo supuso el final de mi presencia en una publicación con la que venía colaborando desde hacía un tiempo. Se dejaron vencer por el temor a perder las subvenciones públicas. Por ello es la primera vez que este escrito ve la luz.


En alguna ocasión el filósofo Fernando Savater ha comentado que el holocausto de los judíos en la Alemania nazi se fraguó el día en que la gente aceptó que eran un “problema”. Como todo problema requiere una solución, los entendidos buscaron alguna satisfactoria. Tras distintos ensayos dieron con el remedio definitivo, con la «solución final»: el exterminio.

Nuestra sociedad hedonista se plantea sus propios “problemas”. Queremos estar delgados atiborrándonos, emborracharnos sin sufrir resaca, imponer nuestra opinión sin formar nuestro criterio o gozar del sexo sin compromisos ni consecuencias.

Así como la mera presencia de los judíos era un problema, hoy la existencia de miles de bebés también lo es. La solución para ellos no es muy original: el exterminio.

Desde su despenalización, el número de abortos en España ha crecido de forma exponencial. La Administración ha reconocido que ya se superan los ¡cien mil por año! (dos veces la población de la ciudad de Huesca aniquilada cada año). Sus promotores (manifiestos o solapados) nos explican con conmiseración que frente a este mal “doloroso pero inevitable” sólo hay un remedio eficaz: la difusión de los métodos anticonceptivos entre los jóvenes. Cualquier otro camino es inútil o utópico.

Lo curioso es que, hasta la fecha, las campañas realizadas al efecto han obtenido un resultado claramente contraproducente. En 1989 la pionera «Póntelo, pónselo» consiguió que en un año se practicasen un 37% más de abortos; en 1998 «El preservativo es divertido, juega sin riesgos» condujo a un crecimiento del 21%, y así una y otra vez. Es decir, cuanto más se trivializaban las relaciones sexuales al amparo de la contracepción, más bebés acababan en la trituradora.

Se difunde que las relaciones sexuales, aquellas en que se pone en juego la intimidad de la mujer y el hombre, son el único ámbito de la persona carente de contenido ético. Hay una ética en los negocios, en la política o en mi trato con la naturaleza, pero sorprendentemente no existe en la esfera donde se gesta la vida humana; ahí todo vale. El amor implica entrega, compromiso, responsabilidad, así que no tiene encaje en este esquema.

En este limbo moral la procreación será un efecto anómalo e indeseado. Sólo hay que “tomar precauciones” para que no haya consecuencias tangibles. Pero resulta que ese ideal que me ofertan a menudo no funciona: el coche se para, el ordenador se cuelga o el ligue del fin de semana acaba en un embarazo. Entonces quienes me han vendido un mundo de sexo baladí e inocuo saben que me tienen que facilitar una salida de emergencia, una “solución final” que cumpla las “garantías” prometidas, y ahí aparece la puerta abierta a la muerte del “indeseado”.

No nos engañemos, el aborto hunde sus raíces en la mentalidad anticonceptiva y despersonalizadora, esa que propugnan los demagogos de este festín ruin e indolente celebrado sobre un descomunal cementerio de pequeños cadáveres.

jueves, 6 de mayo de 2010

Inyecciones sin aguja


Cuando yo era pequeño, el practicante del barrio era el peluquero. Entre corte y corte, en una especie de trastienda que había en la barbería, ejercitaba sus habilidades sanitarias. Primero hervía la jeringuilla de cristal y la aguja con la llama de una especie de camping-gas, y a continuación inyectaba la dosis pertinente en el trasero de los pacientes.

Siempre que tenía la desdicha de sufrir sus pinchazos se desarrollaba el mismo ritual. Mi madre le preguntaba si me iba a poner la inyección sin aguja, a lo que él respondía afirmativamente. “Ya verás como no te duele –me animaba insistente mi progenitora-. Lo va a hacer sin aguja.”

Como se suele decir, uno era un niño pero no tonto. El pinchazo ponía de manifiesto que la aguja estaba allí, punzante y dolorosa. Con lo cual al padecimiento físico se sumaba cierta irritación anímica por sentirse uno tratado como un retrasado.

A un sanitario no se le pide que no emplee agujas para su trabajo, sino que sea lo suficientemente diestro como para que su inevitable pinchazo sea rápido, certero y lo menos doloroso posible.

La fórmula de “inyección sin aguja” parece gozar de buena prensa. Nos ofrecen una educación sin esfuerzo ni autoridad; escapar de una grave crisis sin coste social (como si un paro galopante no lo fuera); concordia mientras se alimentan las bajas pasiones, y así, suma y sigue. Todo es indoloro, blando, carente de contraindicaciones o exigencias. Y mientras la fiebre nos sube y esperamos inquietos a que perforen nuestras posaderas, nos aseguran sonrientes: “Vosotros tranquilos, lo vamos a hacer sin aguja”.

martes, 4 de mayo de 2010

Presentación del libro "Empresarios y Samuráis"





La presentación de “Empresarios y Samuráis” tuvo lugar en la Biblioteca de Aragón el pasado 30 de abril de 2010; con poquita gente pero de muy grata compañía.

Abrió el turno de intervenciones Juan López, presidente de la Sociedad Aragonesa de Ciencias y Humanidades, quien trazó un perfil biográfico del maestro José Santos Nalda. Nalda es un aikidoka pionero en España. Ha dedicado su vida a la divulgación de las artes marciales (es autor de más de 30 libros y centenares de artículos), y, lo más importante, es una persona de una calidad humana excepcional.

A continuación habló el propio Santos Nalda, quien rememoró los tiempos en que me inicié en el aikido como alumno suyo. Sus palabras estuvieron cargadas de generosidad y benevolencia. Hizo referencia al legado que los fundadores de las artes marciales nos han dejado, y a la posibilidad de aplicar muchas de sus experiencias en otros campos, como puede ser el mundo de la empresa. Asimismo se refirió a la necesaria presencia de la ética en todos los ámbitos, incluido el mercantil.

Después llegó mi turno. Traté de mostrar cómo los grandes maestros de las artes marciales (Jirogo Kano, Ueshiba, Funakoshi...) procuraron aunar la técnica (jutsu) con una actitud ética (do). Curiosamente fueron capaces de adelantar algunas concepciones que décadas después aparecerían articuladas en la teoría de juegos. Por ejemplo, subrayaron la importancia de la cooperación y su mayor eficiencia a la hora de conseguir resultados óptimos. A continuación expuse con ejemplos las distintas partes de que consta el libro.

Cerré la disertación mostrando cómo la empresa se ha nutrido de las experiencias procedentes de otros ámbitos, como el militar (conceptos como campaña, táctica, misión... proceden de él), o el deportivo (coaching, team buiding, etc.). Las artes marciales, además de abarcar estos dos mundos, aportan algunas dimensiones referidas al comportamiento, la motivación y la ética que pueden ayudar al mundo de la empresa.

Hubo un turno de intervenciones muy participativo y enriquecedor en el que salieron a colación diversas cuestiones relacionadas con el tema tratado.

En definitiva, fue una jornada familiar y entrañable.

Mejor ¿imposible?


El cine ha configurado en gran medida nuestro universo sentimental. En la pantalla nos adentramos en la vida de otras personas, con sus problemas, sus sueños y sus frustraciones. Y como ser hombre es penetrar en las vidas de otros hombres, en mayor o menor medida a todos nos gusta sumergimos en ellas.

Hoy me gustaría hablar de una escena muy concreta que aparece en la película “Mejor imposible” (As good a It Gets).
La cinta narra la historia de un escritor de novelas románticas llamado Melvin Udall (Jack Nicholson) que padece un trastorno obsesivo compulsivo. Su enfermedad lo convierte en una persona intratable, mordaz y excéntrica. Por una serie de avatares, el protagonista se va involucrando en la vida de otros dos personajes: la camarera Carol Connelly (Helen Hunt) y un pintor homosexual llamado Simon Bishop (Greg Kinnear).

En el discurrir de la trama, Melvin y Carol acaban cenando juntos a un restaurante de cierta categoría. Sentados a la mesa, al escritor se le escapa un comentario despectivo referido al atuendo de Carol. Entonces, herida por la ofensa que acaba de sufrir, Carol amenaza con irse, pero da una última oportunidad a su acompañante. Si quiere que se quede, Melvin debe hacerle un cumplido, decirle algo bonito (en contra de lo que es su costumbre).

El diálogo que se produce a continuación discurre así:
Melvin: Ahora, te voy a dirigir un cumplido excelente... y que es verdad.

Carol: Temo que vayas a decir algo horrible.

Melvin: No seas pesimista. No es tu estilo. Bueno, allá voy. Tengo una... ¿que? Indisposición. Mi doctor, un psiquiatra con el que iba todo el tiempo... dice que en un cincuenta o sesenta por ciento de los casos una pastilla ayuda mucho. Yo odio las pastillas. Son peligrosas las pastillas. Estoy usando la palabra “odio” acerca de las pastillas. Odio. Ahora bien, mi cumplido para ti es que, esa noche... cuando viniste y me dijiste que tú nunca... bueno, tú estuviste ahí, tú sabes lo que dijiste. Bueno, mi cumplido es que... a la mañana siguiente empecé a tomar las pastillas.

Carol: No entiendo cómo eso puede ser un cumplido para mí.

Melvin: Tú me haces querer ser un hombre mejor.


Melvin “odia” las pastillas. ¿Por qué? En principio le hacen bien. Son un tratamiento que pone bajo control su enfermedad. Además, no hace mención a ningún efecto secundario. Es cierto que afirma que “son peligrosas las pastillas”, pero más parece una excusa vaga que un verdadero argumento. Entonces, ¿a qué viene ese odio?

Creo tener la respuesta. Si tomando una única pastilla, o una serie de dosis por un tiempo limitado, la patología de Melvin desapareciera, con toda probabilidad éste no tendría inconveniente en seguir el tratamiento. Tengo una enfermedad, es cierto, pero con estas pastillas me pondré bien y todo se habrá solucionado.

Sin embargo el problema de Melvin es otro. La enfermedad que padece es crónica; no está enfermo, “es” un enfermo. Por eso debe tomar las pastillas “para siempre”. Eso le pone cara a cara con su condición, con su circunstancia. Él ve que la enfermedad forma parte de sí, y el modo de liberarse de esa condena es no reconocerla, darla por inexistente y limitarse a pensar que su comportamiento son cosas de su carácter, de su forma de ser. Las pastillas le van a recordar una y otra vez que es vulnerable, que tiene una carga encima que lo disminuye.

Ahora bien, cuando ama se despierta en él la necesidad de ser mejor para la persona amada, de darse en plenitud. No puede ofrecer un desecho humano. Por eso se hace violencia y comienza a tomar las pastillas que odia, pero que en el fondo sabe que lo hacen mejor.

A menudo me siento como Melvin. Conozco las pastillas que debo tomar para levantarme de mi postración, se llaman oración y sacramentos, pero ellas me ponen delante mi enfermedad crónica y recurrente. Tropiezo una y mil veces en las mismas piedras y me digo, ¡qué carajo, esto no tiene arreglo, es mi manera de ser y punto! ¡Al diablo con las pastillas! Entonces aparco esa medicación que veo como incómoda, tediosa, inútil. ¡Otro día más no, por favor! Señor, si me quieres curar, dame una pastilla que de una vez por todas me quite el mal que me aqueja, y a otra cosa. De lo contrario, ¿qué clase de medicina es esta? No quiero estar toda la vida mirándome en el espejo de las pastillas que me recuerdan mi frágil condición.

Cuando dejo de tomarlas llego a creer que mi enfermedad ha desaparecido, que en todo caso las pastillas son indiferentes; aunque en el restaurante todos me miren mal y las camareras se nieguen a atenderme. Pero ya se sabe, son todos unos cafres...