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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

miércoles, 12 de mayo de 2010

Lo que pasó y nunca sucedió


Vivimos sumergidos en un espejismo. Creemos que todo es reversible. Puedo hacer esto, lo otro o lo de más allá, pero si me resulta incómodo reseteo y comienzo de cero. Esta ilusión nos lleva a extraer una conclusión lógica: si todo tiene vuelta atrás, nada tiene consecuencias. Podemos embarcar la política, la economía, la vida conyugal, la educación... en cualquier aventura disparatada que, si no me gustan sus efectos, podré borrarlos como por arte de birlibirloque y aquí no ha pasado nada.

El único problema es que la realidad no se ajusta a nuestras pretensiones, y olvidamos ajustar nuestras pretensiones a la realidad.

Ya lo advertía Julián Marías:

“La realidad siempre se venga del que no cuenta con ella. Las cosas tienen una diferencia respecto de las personas, y es que no desisten.”

Ciertamente, la realidad es tenaz como ella sola. No está de más recordar lo que decía un señor muy inteligente allá por el siglo V antes de Cristo. Se llamaba Aristóteles y entre otras cosas afirmaba:

“Ni el vicioso ni el impío tienen poder sobre su condición moral, aunque antes sí tuvieron poder para llegar a ser lo uno o lo otro, igual que quien tira la piedra, tiene poder sobre ella antes de arrojarla, pero no cuando la ha soltado.”

Está en mi mano arrojar la piedra, pero ¡ay amigo!, como la lance, eso no tiene marcha atrás. Por eso un danés enclenque llamado Kierkegaard añadía muchos siglos después la siguiente reflexión:

“En caso contrario, el hecho de tirarla sería una ilusión y quien la arroja conservaría la piedra en la mano a pesar de sus esfuerzos y, entonces, como la “flecha voladora” de los escépticos, no se movería.”

Es decir, viviríamos en la mentira, o más bien, en la ficción de vivir.

Cabe rectificar, sí, pero ello tiene un requisito previo: reconocer la realidad.

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