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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

martes, 13 de julio de 2010

Un oráculo con tentáculo


Durante los días del mundial uno de los protagonistas involuntarios del evento ha sido el pulpo Paul. Según parece, las dotes predictivas del animalito se han mostrado infalibles en el terreno futbolístico, lo cual ha servido para que a cuenta de la publicidad sus compañeros de especie sean degustados en mayor abundancia en bares y restaurantes.

A lo que iba, el caso es que los oráculos no son algo nuevo. No me resisto a transcribir unos párrafos del libro Empresarios y Samuráis en los que se habla precisamente de un hecho que acaeció a Sócrates y que tiene relación con un oráculo. Este acontecimiento aparentemente simple, condicionaría la historia del pensamiento occidental:


En una ocasión Querofonte, amigo de Sócrates (470-399 a.C.), acudió al templo de Apolo en Delfos. Allí había una pitonisa de la que se servía el dios para comunicarse con los humanos. El caso es que Querofonte le preguntó si había en el mundo alguien más sabio que Sócrates. El oráculo, en trance, le respondió que no. A su
vuelta a Atenas Querofonte comunicó al maestro lo sucedido.

Sócrates, perplejo ante aquella revelación, estuvo tiempo dándole vueltas. Era perfectamente consciente de que desconocía infinidad de cosas. Sabía que no era sabio “ni en lo importante, ni en lo insignificante”. Entonces, ¿por qué razón Apolo había afirmado una cosa así? Un dios no puede mentir, pero su respuesta parecía no corresponderse con la realidad. Sócrates se propuso encontrar a alguien más sabio que él para corroborar sus dudas. Comenzó a preguntar a políticos, poetas y artesanos. Pero estos le defraudan pues aun cuando ni él ni ellos sabían “nada noble y bueno”, los otros afirmaban conocerlo. Ciertamente, eran expertos en cuestiones técnicas de su especialidad, pero precisamente por ello caían en el error de creer que ya lo sabían todo.


Fue entonces cuando Sócrates reparó en porqué era el más sabio. Él, siendo ignorante, al menos era capaz de darse cuenta, cosa que no hacían los demás, puesto que ensoberbecidos por sus estrechos conocimientos, creían conocer lo que en realidad ignoraban. De aquí surge su famosa frase: “sólo sé, que no sé nada”.

Es por esto que la didáctica de Sócrates comenzará por demostrar a sus interlocutores que son más ignorantes de lo que creen. Sólo liberándolos de sus ataduras y prejuicios tendrán la disposición de ánimo necesaria para abrirse a nuevos conocimientos.

Como se ve, el verdadero oráculo no da las respuestas, sino que señala el camino para que uno mismo las halle por sí. Dado que el bueno de Paul no tiene dedos para señalar, nos conformaremos con rellenar las quinielas junto a su pecera mientras el tentaculado se pone como el Quico de mejillones.

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