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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

viernes, 27 de abril de 2012

La Paz de este siglo


Recientemente he leído la biografía de Winston Churchill escrita por Sebastian Haffner. En la misma se sacan a relucir los avatares, aciertos y tropiezos de uno de los más destacados políticos (tal vez el mayor) del siglo XX. Uno de los aspectos que más me han llamado la atención es el drama de Churchill ante el ascenso y expansión del III Reich alemán. El político británico comprende tempranamente la deriva que lleva la Alemania nacional-socialista y las implicaciones que ello va a tener para Europa. Lo advierte una y otra vez y propone vías de solución cuando aún se está a tiempo, pero se queda solo incluso en el seno de su propio partido.


Los principales dirigentes europeos siguen una política de paños calientes con Hitler (de “apaciguamiento” se decía entonces) y Gran Bretaña no es una excepción. En 1938 el primer ministro Charberlain firma con Hitler un acuerdo que exhibe orgulloso a su llegada al aeropuerto de Londres mientras afirma que aquello supone “la Paz de este siglo”. La respuesta de Churchill no se hará esperar: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra... elegisteis el deshonor, y además tendréis la guerra”.

Efectivamente, al año siguiente Gran Bretaña estará en guerra con Alemania y el “aguafiestas” de Churchill será quien tenga que tomar el timón para sacar al país del mal que trató de evitarle. Cuando lo hace, pronuncia su famosa frase: “No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Con la caída de Francia el Reino Unido se queda solo frente a la imparable maquinaria germana, que para más INRI cuenta en esos momentos con la Unión Soviética como aliada; entonces resurgen los cantos de sirena proponiendo un acuerdo con los nazis, pero esta vez es Churchill quien maneja la nave y no está dispuesto a claudicar. Lo que sigue es bien conocido. La solitaria resistencia británica se verá coronada con el posterior respaldo de los Estados Unidos y el cambio de bando de la URSS a raíz de la agresión alemana.

Hay un caso en la España de hoy que, salvando las evidentes distancias, me recuerda al Churchill impotente ante la ceguera general; me refiero al de Jaime Mayor Oreja. Se trata de un político que practica un ejercicio no muy habitual: pensar. Lleva años alertando sobre la naturaleza del proyecto totalitario que se da en el País Vasco, dentro del cual la organización criminal ETA es sólo su cara más violenta. Los “pronósticos” de Mayor Oreja, que no son sino el análisis del sentido de los hechos en vista de la experiencia, se cumplen indefectiblemente. Pero resultan molestos, y tomarlos en consideración exigiría adoptar medidas incómodas en el corto plazo, aunque necesarias en el largo; así que se prefiere darle la espalda, cuando no directamente descalificarle. Y aquí estamos, buscando acuerdos con quienes no se van a contentar con nada, y creyendo que el hecho de que se dignen a firmarnos un papelito nos permitirá blandirlo para pregonar a los cuatro vientos que hemos alcanzado “la Paz de este siglo”.

jueves, 19 de abril de 2012

Aristóteles no viajó en un Citröen AX


Cuenta Diógenes Laercio que preguntado Aristóteles sobre en qué se diferencian los sabios de los ignorantes, el Estagirita respondió: “En lo que los vivos de los muertos”. Y yo creo que tenía razón. El ignorante pasa por la vida sin enterarse, ajeno a lo que le rodea, mientras el sabio lo comprende y asimila.

Hace algunos años... bastantes, me fui con dos amigos a recorrer Europa en un Citröen AX. En él no sólo viajábamos, sino que comíamos, dormíamos y discutíamos. Vamos, que le sacamos partido al cacharro. Entonces no había “euros” sino monedas nacionales, y Praga, punto de viraje de nuestro periplo, era la capital de un país llamado Checoeslovaquia. El caso es que visitamos lugares tan hermosos como Toulouse (de donde escapamos en plan Miguel Strogoff al sitio ejercido por los camioneros en huelga), Ginebra (lugar en el que entendimos cómo se siente un paria de la India al pasar junto al Taj Mahal), Innsbruck (en la que hicimos amistad con dos norteamericanos y dos surcoreanas la mar de majos), Versalles (por cuyos jardines paseamos con los pelos igual de enredados que los rococós, pues todavía los cabellos no habían huido de nuestras cabezas y acumulaban amorosamente la porquería adquirida a lo largo del viaje), etcétera.

Bueno, que me voy del tema. El caso es que en aquellos lugares veíamos palacios, catedrales, castillos, plazas, paseos hermosísimos, pero no sabíamos nada de ellos, de su contenido artístico, de la historia albergaban sus piedras, de los personajes que los habían habitado. Éramos unos pobres pardillos que, por lo menos, teníamos conciencia de nuestra ignorancia. Estábamos allí ¡y nos lo estábamos perdiendo! Esa era la paradoja.

Los hechos, los datos aislados, sin criterios de interpretación, no nos dicen nada; precisan ser dotados de un sentido adecuado que los ponga en conexión y los haga inteligibles. Se insiste mucho en la necesidad de información, pero sin herramientas mentales para entender esa información, no sirve absolutamente para nada. De ahí que la “información” deba ser precedida de la “formación”, la que “da forma”.

En fin, que el bueno de Aristóteles tenía razón, y además para aprenderlo no tuvo que dormir acurrucado en un AX en posición fetal; es lo que tienen los sabios.

miércoles, 18 de abril de 2012

Periquitos alicortos


Se llama “Perico”, aunque previo a este le dimos otros nombres, como “Yellow” o “Gominola”. En la tienda me explicaron que había sido criado en cautividad junto con sus hermanos de nidada. Decidí adiestrarlo para que se posara en mi dedo y así poderlo sacar de la jaula. Al principio revoloteaba asustado en el recinto, pero poco a poco me fui haciendo con él.

El primer día que lo saqué su reacción fue la prevista; salió disparado agitando con apresuramiento las alas. Enseguida se puso de manifiesto su incapacidad para volar. No sabía usar las plumas timoneras, lo que le llevaba a chocar con los muebles o con el techo. Además, sus alas eran demasiado cortas y se fatigaba enseguida. No había tenido la oportunidad de desarrollarse como era debido. Confieso que me dio lástima. Un ave que no sabe volar es un espectáculo cargado de patetismo.

De algún modo, también hay hombres y mujeres alicortos, con una inmadurez pasmosa. Se han acostumbrado a recibir su ración de alpiste y protección de forma continua, de modo que sus alas están atrofiadas, disminuidas. No pueden sacar adelante ningún proyecto que requiera una mínima constancia y determinación. No tienen iniciativa, ni ideas propias, ni siquiera saben lo que en realidad quieren.

Históricamente la educación consistía en ayudar a madurar a los niños y jóvenes. Se trataba de que fuesen ganando en autonomía y recursos para llegar a tomar las riendas de su vida. Esto sólo se logra poniendo en ejercicio con una palabra que hoy es tabú: sacrificio.

En la actualidad nos encontramos con padres y educadores que caminan en la dirección opuesta. Al “niño” hay que darle todo hecho, aunque tenga treinta años y un vigor infinitamente superior al de sus progenitores. Así, veremos a los “papás” disculpando al hombretón de sus golferías y negligencias como si hablasen de una criatura de cuatro años. Les harán todas las gestiones habidas y por haber porque el “niño” no tiene tiempo, no sabe, o no pude. Y claro, por ese camino nunca tendrá tiempo, ni sabrá, ni podrá. ¿A qué hora vendrás a cenar? ¿No te gusta? ¿Qué quieres que te prepare?

Hay casos en que “el pobre hijo” no encuentra trabajo... aunque tampoco lo busca. Se va de viaje por medio mundo con la novia, pero come a costa de los padres y no se mete en un compromiso estable ni atado (entre otras cosas porque se sabe incapaz). Los papás le hacen la renta, le buscan piso, le avalan la hipoteca (cuando no se la gestionan personalmente con los bancos), lo matriculan en la universidad, le planchan, cocinan, friegan, le piden hora para el médico...

Pero llega el día en que el pajarito irremediablemente tiene que echar a volar, y entonces comienza una sucesión de choques y fracasos que ponen de manifiesto su atrofia vital. Los verdaderos causantes se miran perplejos para decir sin entender: “¡Pobre chico! Si le hemos dado todo lo que estaba en nuestras manos. ¿Qué ha podido fallar?” Y, tras hacerse esta pregunta, se ponen de nuevo a la faena de limpiarle la brillante jaula y cambiarle el alpiste.

lunes, 16 de abril de 2012

Pensar España con Julián Marías






Acabo de leer un libro de Enrique González titulado Pensar España con Julián Marías (Rialp, 2012). En el mismo, este discípulo y amigo del añorado Marías analiza en qué consiste España, apoyándose para ello en los escritos del filósofo. Si algo queda meridianamente claro es que históricamente el proyecto de España ha consistido en la difusión y defensa de la fe católica. Al servicio de esta empresa se levantó y se perdió un imperio.

Se podrán señalar todas las imperfecciones y excesos que conlleva el quehacer humano, pero lo cierto es que allí donde hubo España quedó como legado la fe católica.


Me ha parecido especialmente significativo un hecho que se recoge en el libro y que data de tiempos de Felipe II. Estamos en el momento de mayor extensión de la Monarquía Católica, dado que el Reino de Portugal y sus tierras de Ultramar han quedado incorporados a la Corona. Según parece, algunos consejeros del Rey Prudente le recomendaron que desamparase las lejanas Islas Filipinas porque le eran más gasto que provecho. El Rey preguntó entonces si había ya indios bautizados en ellas, y si había algunas Iglesias fundadas. Y como le dijeron que sí, “respondió que nunca Dios permitiese que él faltase a la obligación de amparar esto y llevarlo adelante cuando en sí fuese, aunque le gastasen en ello todo lo que le rendían los demás Reinos”.

Hoy Filipinas es el único país de Asia de mayoría católica. En 1995 se celebró en su capital la misa más multitudinaria que se ha dado en la Historia, con la asistencia de cuatro millones de fieles. En la foto inferior, el Papa Juan Pablo II sobrevolando en helicóptero a los congregados para la citada celebración.

jueves, 12 de abril de 2012

Kika Superbruja, una buena lectura para niños


El género infantil posee unas peculiaridades que no están al alcance de todos los escritores. Tiene que ser entretenido, sin perder el respeto al lector; fácil y claro, sin hablar para tontitos; tener “miga”, manteniendo el interés y el dinamismo. Además, debe ponerse a la altura del público al que se dirige, no pasándose ni por arriba ni por abajo. Demasiadas publicaciones infantiles tienen un fondo atormentado, amoroso o adolescente que nada tiene que ver con los niños.

Una de las colecciones que maneja con acierto estos y otros ingredientes es Kika Superbruja. Sus libros tienen como protagonista a una niña que un día encontró bajo su cama un libro de magia perteneciente a una bruja. Gracias a él puede trasladarse a lugares remotos en el espacio y en el tiempo. En realidad el libro de magia es una mera excusa para poder moverse por diversos escenarios y conocer así a los indios, los piratas, los dinosaurios, los vikingos, y muchos seres más.

Junto a Kika aparece su hermano menor Dani, que desconoce la existencia del libro mágico, aunque de una u otra forma acaba metido en todas las historias.

El lenguaje es muy fresco, coloquial, y sintoniza perfectamente con el público al que va dirigido, sin sobreabundar en onomatopeyas o jergas que a menudo hacen la lectura difícil. Creo que es una de las claves de su éxito.

Muy recomendable para niños lectores de entre 6 y 10 años.

martes, 10 de abril de 2012

Al Pacino y la madurez


El otro día una persona me pedía una definición de “madurez”. Definir no es tarea fácil. Parece que tenemos los conceptos claros, pero cuando hemos de acotarlos en palabras... ¡ay, madre!

Finalmente salió en mi auxilio y ella misma me la proporcionó: maduro es quien hace lo que debe, no lo que quiere. Ahí es nada.

Me parece muy acertada. Ortega otorgaba esta virtud al hombre noble, al “aristócrata”, que en su pensamiento nada tiene que ver con el heredero de un título, sino con lo que hoy se denomina con el anglicismo de “líder”. Puede haber un líder obrero, literario o deportivo, siempre en función de sus méritos.

Etimológicamente la aristocracia es el “gobierno de los mejores”. Cuando Alejandro Magno estaba a punto de morir y sus generales le preguntaron quién habría de sucederle, él respondió con un lacónico: “el mejor”.

De vez en cuando, en la vida nos encontramos en difíciles encrucijadas. Dos caminos se abren ante nosotros, uno tentador, cómodo, complaciente, cuenta con el aplauso general. El otro es el correcto, el auténtico, el justo, pero tiene un serio inconveniente que Al Pacino expresa de forma contundente en Esencia de mujer (Scent of a Woman): “es jodidamente duro”.

En estas encrucijadas es donde se mide la pasta de la que un hombre está hecho.

Dejo aquí EL ENLACE para ver una de las escenas finales de la citada película (dura 5 minutos, 12 segundos). Es el momento cumbre del largometraje.

Para situar al lector, comentar que el joven Charlie Simms ha sido llamado a declarar en una especie de juicio escolar con el fin de que delate a tres compañeros que han cometido de forma furtiva un acto de vandalismo contra el director. Si se presta a ello, el director lo recomendará para una beca en una prestigiosa universidad, de lo contrario, se arriesga a ser expulsado de la elitista Institución Berg en la que estudia.

Para sacar algún dinero, pues es un chico de clase humilde, durante el puente de Acción de Gracias Charlie ha estado haciendo de acompañante del teniente coronel retirado Frank Slade (Al Pacino). El oficial ha quedado ciego y está amargado, protagonizando, incluso, un intento de suicidio que Charlie consigue evitar. A la vuelta de ese puente es cuando se celebra el “juicio”. En el último momento el teniente coronel se presenta de forma inesperada, y ante la negativa de Charlie a hacer de chivato, interviene abogando en favor del muchacho. Es esa la escena que se reproduce en el enlace.

martes, 3 de abril de 2012

Se busca al hombre perfecto


Necesitaríamos a una persona que fuera así, que supiera esto y lo otro, y poseyera determinada experiencia y tales estudios y gracias y talentos y don de gentes. “¡Ya lo tengo!, conozco al hombre ideal. ¡Es perfecto!” Uno acude emocionado a proponerle el proyecto en cuestión y se encuentra con largas, agendas llenas, frases amables. Después de llamar, sugerir, animar, citarse, “el hombre perfecto” brilla por su ausencia. Sólo hemos obtenido de él evasivas.

El único que aparece es el Sancho de turno, el “poquita cosa” que confía en nosotros, que está siempre dispuesto aunque no acabe de comprender el alcance de lo que se acomete. Nosotros lo miramos con resignación, viendo que no resiste ni de lejos la comparación con nuestro “hombre perfecto”, y nos ponemos manos a la obra sin poder evitar que se nos escape un prolongado suspiro. “Es lo que hay”, decimos para nuestros adentros.

Al principio tenemos la sensación de que casi le hacemos un favor por dejarnos ayudar por él, a fin de cuentas ocupa el puesto del “hombre perfecto”, pero al cabo del tiempo, vencida nuestra miope presunción, comenzamos a reparar en que nada habría sido posible sin su socorro. Es él quien se ha enfangado hasta el pecho para que aquello salga adelante, quien ha respondido a todas nuestras llamadas, quien ha puesto su voluntad, tiempo y esfuerzo al servicio de la empresa acometida. Siempre habrá quien nos señale las “evidentes” limitaciones de nuestro acompañante, sin reparar en que posee lo más esencial: capacidad de compromiso.

Un día, cuando miramos para atrás y vemos la obra acometida, descubrimos que él era “el hombre perfecto”. Efectivamente, “el hombre perfecto” no era el más simpático, ni el más listo, ni el más guapo, ni el más preparado, ni el más experimentado, ni el más educado, ni el que más títulos colgaba de la pared; el hombre perfecto era el que estuvo allí cuando lo necesitábamos.