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BITÁCORA DE RAFAEL HIDALGO

jueves, 31 de mayo de 2012

Hijos muertos


Se dice que antes de morir hay que plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Se trata de tres formas de dejar nuestra impronta en este mundo; hacer que nuestro paso por la Tierra dé algún fruto que se perpetúe.
En octubre de 1999 Fernando Sánchez Dragó entrevistaba a Julián Marías en su programa “Blanco sobre Negro” (para ver la entrevista: PINCHA AQUÍ). El filósofo abordaba con sencillez y cordura las distintas cuestiones que Dragó le planteaba. En un momento dado, Marías comentó que por fortuna sus libros todavía se reeditaban. Obviamente, un escritor escribe para ser leído, para contar algo que considera valioso a sus semejantes. Don Julián decía que un libro que deja de imprimirse y leerse es como un hijo muerto. Tremenda expresión, aunque certeramente esclarecedora.

Esto nos debería hacer reflexionar sobre la situación de la obra de Julián Marías. Alguno de sus libros es reeditado: la Historia de la Filosofía, España Inteligible, quizá su Antropología Metafísica. Pero la inmensa mayoría corren el riesgo de ser devorados por el olvido, lo cual sería nefasto. Por eso urgen unas Obras Completas que pongan a salvo su legado, que le hagan justicia y, sobre todo, pongan a nuestro alcance eso que Ortega y Gasset llamaba “salvaciones”, pues precisamente en eso consiste la obra entera de Julián Marías.

lunes, 28 de mayo de 2012

Aikido, cáncer y medio centenar de locos dándose talegazos



[De izquierda a derecha, los maestros de aikido Santos Nalda y Miguel Baena, un servidor, y el maestro de kárate Agustín Subías (26/5/2012)]


Llamativamente delgado, de movimientos pausados y voz tenue, su aspecto era la viva imagen de la fragilidad. Miguel Baena, quinto dan de aikido, había venido desde San Sebastián respondiendo a la invitación del maestro Santos Nalda. El propósito era compartir con nosotros su experiencia personal en la lucha contra el cáncer. Un cáncer de Cavum con metástasis en cuello y cabeza por el que los médicos inicialmente lo habían desahuciado. Recibir un diagnóstico así es un impacto brutal, someterse al tratamiento posterior y a sus secuelas una de las mayores lecciones de humildad que uno puede recibir. Y desde esa humildad nos habló, ofreciéndonos pequeñas pinceladas de su lucha para superar la enfermedad; un combate para el cual hay que emplear todas las armas que uno tiene al alcance, desde las médicas hasta las vinculadas a la actitud personal, entre las cuales ocupaba un lugar destacado el aikido, el camino de la armonía. Eso sin olvidar la más importante: el apoyo de los seres queridos. El amor es el motor que rescata al hombre de su miseria.

Personalmente me sorprendió la energía que desplegaba cada vez que ejecutaba una técnica. Baena sufría una verdadera transformación fruto de treinta y cinco años de práctica y de un entusiasmo sin límites. Precisión, gracia, control, determinación, fluidez. En esos momentos no quedaba ni rastro del ser debilitado que se había presentado ante nosotros.

Las capacidades del hombre arrojado son asombrosas. Baena nos explicó cómo hace unos años, trabajando con una máquina en una carpintería, había sufrido un accidente por el que de facto había perdido los dedos de una mano. El médico que lo atendió le dijo que iba a quedar mutilado de por vida, pero Miguel no se rindió. Pidió que lo viera otro cirujano. Su valoración tampoco fue alentadora; podría conseguir que conservara los dedos, pero a costa de perder completamente la movilidad de los mismos. Además, durante un tiempo no iba a poder practicar aikido. Tan pronto le dieron el alta hospitalaria Baena acudió al tatami para entrenar. Hoy maneja ambas manos con absoluta naturalidad. El vigor de la cepa rehabilitó los sarmientos.

He de decir que no es el primer caso de este tipo del que tengo noticia.
Quizá la palabra que más repitió fue “dignidad”. Andar con dignidad, mantener la postura con dignidad, afrontar la adversidad con dignidad, relacionarse con dignidad. Es una palabra que ha caído en desuso precisamente cuando más la necesitamos. Sólo se recurre a ella al emplear el eufemismo “muerte digna”, pero con un sentido bien distinto al utilizado por el maestro Miguel Baena. Él sabe lo que es no tener fuerzas ni para levantarse; perder el control de las necesidades fisiológicas, depender en todo de los demás, sangrar por cualquiera de los orificios del organismo, ser incapaz de ingerir ni tan siquiera un trago de agua, estar hecho una auténtica piltrafa humana y, sin embargo, conservar la dignidad.

Allí estuvimos aikidokas de San Sebastián, Lérida, Fraga, Toledo y Zaragoza, también acudieron karatekas de Fuentes de Ebro. Fue una jornada memorable que culminó como debe ser, con una comida de hermandad de lo más cordial. Esto es España, señores, sin mesa y mantel no hay festejo digno de ese nombre.

Por cierto, me parece obligado concluir aclarando que Miguel Baena ha vencido el combate contra el cáncer, aunque deba seguir con sus controles periódicos. Todo un ejemplo de cómo la verdadera victoria es la que uno alcanza sobre sí mismo.



jueves, 24 de mayo de 2012

Conviviendo con el pasado



Siempre me ha impresionado pensar que las estrellas que vemos quizá ya no existan; que la luz que llega hasta nosotros partió hace varios cientos, miles, quizá millones de años, cuando no había hombres, ni animales, ni bacterias, ni la menor señal de vida sobre la Tierra.

Cuando miramos al cielo vemos un universo pasado, inexistente, el cosmos que nos precedió, mientras, viajamos en nuestro minúsculo astro que creemos firme y que, sin embargo, vaga como una peonza manteniéndose en un precario equilibrio.

viernes, 18 de mayo de 2012

El señor Potter ha vencido


El señor Potter ha vencido. Él, la encarnación de la ambición, se ha salido con la suya. La compañía de empréstitos, conocida también como caja de ahorros, es ya historia. Aquella empresa que se basaba en la utopía de facilitar dinero a aquellos que no podían obtenerlo de los bancos, estorbaba. Ahora la compañía de empréstitos es otro banco, uno más, solo que arruinado y sometido al capricho de los especuladores.

El señor Potter ha vencido. George Bailey, su padre, tío Billy y todos los de su ralea no tienen sitio en este mundo. Las finanzas son algo muy serio como para dejarlas en manos de ilusos. El dinero es sólo para los que se postran ante él, no para los idealistas y soñadores. Esos, que sigan en sus mundos quiméricos, pero que no toquen el sacrosanto metal.

El señor Potter ha vencido. En vez de dedicar los ahorros de los trabajadores a ayudar al pueblo, se hizo con el control de la compañía de empréstitos y, como primera medida, se puso un sueldo astronómico. Una cosa era presidir una organización social y otra ser tonto. ¿Y la obra social? ¡Bobadas! Había que jugar en la primera división; codearse con los políticos; tratar de tú a tú a los banqueros, y eso comienza por alcanzar el estatus de los privilegiados, ser uno más entre ellos, no estar entre el montón de gentes intrascendentes y desagradecidas.

El señor Potter ha vencido. El pánico se apoderó de los ahorradores que se precipitaron a sacar su dinero. Nadie estaba dispuesto a perder sus ahorros. Claro que, cuando sucedió, Bailey hacía tiempo que no estaba en la empresa, ni podía, con la fuerza de su ejemplo, convencer a sus conciudadanos de que aquello era un suicidio. Los tontos como George Bailey, dispuestos a poner todo el dinero de su viaje de novios para que aquello saliera adelante, yacían en las catacumbas, enterrados bajo toneladas de olvido y escarnio. Ahora habían puesto a cargo del tinglado a un millonario con los riñones bien cubiertos. Eso sí, ¡muy profesional! ¿Qué iba a responder cuando le preguntaran “dónde está mi dinero”? ¿En productos especulativos de vértigo? ¿En aeropuertos sin aviones y obras faraónicas pensadas para que los intermediarios se llevaran sus mordidas? ¿En prebendas a partidos políticos, sindicatos y arribistas? ¿Que dónde está su dinero? Ha volado; así de simple.

El señor Potter ha vencido. Después de que la orgía de avaricia y egoísmo acabara con todo lo que había, en la nueva Pottersville impera el sálvese quien pueda. El futuro ya no está en las fábricas, en los comercios, o en el trabajo del campo, sino en el juego y los casinos, y cuanto más grandes mejor.
Dicen que el dinero no duerme, y ese el dios de Pottersville, el dinero. No hay horarios comerciales, ni domingos, ni festivos, el dinero no tiene horarios, las personas sí, y las familias, pero esas son secundarias. Lo primero es lo primero, y lo primero es el dinero al que todo se ha de someter. El puritanismo de los Bailey ha quedado superado, por ñoño y por talibán. La economía lo es TODO.

Lo que el señor Potter no sabe es que el mundo que ha creado no tiene futuro, que los cascotes no son habitables, y que los desiertos no producen nada. Él ríe satisfecho de su éxito, pero no es una risa de felicidad, sino de infamia. Sí, ha vencido, pero jamás conseguirá lo que George Bailey tenía, porque es incapaz de comprender que hay cosas que no se compran ni se venden. Por eso su victoria no deja de ser sino la propagación de su fracaso.

jueves, 17 de mayo de 2012

Jack London o la felicidad perdida


En la foto aparece Jack London con 21 años. Imberbe, la cara aniñada, el gesto duro, dejando adivinar que, pese a su corta edad, la vida lo ha golpeado sin piedad. Era 1897 y London se había trasladado a las gélidas tierras del Yukón respondiendo a la llamada de la fiebre del oro.

Aquel mismo año escribiría al astrólogo William Chaney para confirmar que era su padre. La respuesta fue desalentadora: Chaney le decía que nunca había contraído matrimonio con Flora Wellman, la madre de Jack; además, durante el periodo en que vivieron juntos, era impotente, por lo que no podía ser su progenitor. Jack era un bastardo, un hijo de nadie.

Su vida había ido a la deriva. Con 17 años se había enrolado en una goleta que navegó rumbo al Japón. Un año más tarde daría con sus huesos en la prisión de Erie Country, en Búfalo, por vagabundo. Allí conocería en toda su crudeza la degradación del hombre. En 1896 consiguió superar la prueba acceso a la Universidad de California; de nada le sirvió, con los bolsillos vacíos su esfuerzo había resultado baldío.

La única salida que encontró fue lanzase a la aventura del Gran Norte. Decían que allí habían encontrado oro. Esa sería salvación. Con oro conseguiría salir de la miseria y hacerse un nombre. Ya no sería más un don nadie, un bastardo. El oro lo pondría a salvo de privaciones y desprecios. El oro era sinónimo de felicidad.

Pero lo único que encontró en el Yukón fue el escorbuto. La inflamación de las encías le hizo perder los dientes frontales. La cara se le llagó, mientras sufría fortísimos dolores en las piernas y el abdomen. Un jesuita, el padre William Judge, consiguió que le facilitaran abrigo, comida y medicinas, salvando así su vida. Es significativo que, siendo London agnóstico, en sus novelas los misioneros siempre salgan bien parados.

Su búsqueda de El Dorado había fracasado. Volvía de Alaska con las manos vacías. ¿O quizá no tanto? El oro que no encontró en las canteras vino a brotar en las cuartillas de las imprentas. Jack se puso a escribir narraciones a partir de las experiencias que había tenido en la tierra de la frontera, y comenzó a cosechar un éxito tras otro. El dinero entraba sin cesar. ¡Por fin su vida iba a alcanzar el éxito!

Sin embargo, Jack London no consiguió encontrar la felicidad. Tuvo dos matrimonios, y el fatal refugio del alcohol y las drogas que lo fueron aniquilando. Moriría con solo cuarenta años sin quedar muy claro si pudo ser a causa de un suicidio. El oro había llegado por un camino inesperado, pero no había traído los frutos deseados.

Pese a su tempestuosa vida, Jack London nos ha dejado un precioso legado, su obra literaria cargada de amor por la naturaleza; una naturaleza a la que hemos domesticado hasta un extremo tal que cuesta reconocerla. ¿Dónde responder hoy a la llamada de lo salvaje? De momento, contamos con el aire fresco de los libros de London. La añoranza es ya una forma de presencia.
Jack London con su hija Joan en 1902

martes, 15 de mayo de 2012

Luis del Val, periodista, escritor y... conversador


Afable, atento, cercano, simpático, culto, con una caballerosidad particularmente visible por lo inusual, así es Luis del Val en estado puro. Ayer tuve la fortuna de poder conocerle y, desde luego, no defraudó. Fue en la Tertulia Miguel Delibes promovida por mi amigo José Antonio Ramos, en la cual comentamos su libro Afán de Gloria.

El veterano periodista y escritor Luis del Val es un gran conversador, grande en muchos sentidos, en que le gusta y lo ejercita, y además lo hace con gracia y captando el interés. Además de hablarnos de su libro, nos contó jugosas anécdotas con las que disfrutamos de lo lindo. Me llamó especialmente la atención la referida a dos afamados escritores españoles, ambos ya fallecidos, con los que tuvo amistad. Del Val nos explicaba cómo en el trato cercano eran de lo más normal; pragmáticos, sencillos, cercanos, pero en cuanto aparecía un periodista (o, más aún, si se trataba de una periodista) sufrían una metamorfosis radical y comenzaban a interpretar el personaje público que se habían creado, hasta el punto de que daba vergüenza ajena verlos pavonearse y disparatar.

Hay gente interesante, pero también hay gente interesante con chispa, Luis del Val pertenece a esta última especie. Hasta en la dedicatoria que me hizo de su libro mostró esa cordial ironía. Fue todo un placer, sí señor.

jueves, 10 de mayo de 2012

Buscando la calle Adolf Hitler


¿Qué sabemos de Calígula? Pues, por ejemplo, que fue el primer emperador que se divinizó en vida, hasta el punto de ordenar que se erigiera una estatua suya en el Templo de Jerusalén, lo cual era una auténtica provocación para el monoteísmo iconoclasta de los judíos. También sabemos que se jactaba de matar por diversión y de acostarse con las mujeres de sus súbditos; ya de paso lo hizo con sus hermanas a las que acabó por prostituir. Los cronistas nos cuentan que dejó temblando las arcas públicas, y que proclamó cónsul y sacerdote a su caballo Incitato. Vamos, que era un pajarito de cuidado.

¿Y de Nerón?, ¿qué sabemos? No pocas cosas. Ordenó la muerte de su madre Agripinila, de su esposa Octavia, de su hermanastro Británico que tenía catorce años, y de todo el que no le bailaba suficientemente el agua, como su maestro Séneca. Cuando se produjo el incendio de Roma acusó del mismo a los cristianos, por lo que hizo que se los arrojase a los perros o fueran quemados vivos o crucificados. No es casualidad que en su tiempo los cristianos lo identificaran con el Anticristo.

Si traigo a colación a estos personajes es porque junto con otros emperadores de su “talla” tienen el honor de dar nombre a un conjunto de calles de una localidad muy cercana a Zaragoza. Que nadie me pregunte la razón, porque no la sé. Tiene toda la pinta de que han cogido la lista de emperadores y sin criterio alguno han comenzado a homenajearlos seguidito y sin parar. Quién sabe si dentro de unos años algún municipio decidirá tirar de algún otro listado y pondrá una calle a Hitler o a Stalin. A fin de cuentas el tiempo lo cura todo, hasta el talento.

martes, 8 de mayo de 2012

Conviviendo con fantasmas


Los seres humanos habitamos dos mundos que se entrecruzan, el real y el imaginario. El escritor, cuando concibe una novela, se sumerge con mayor intensidad en el universo fantástico. Antes de que sus personajes actúen ya convive con ellos, los va conociendo e, incluso, intercambia puntos de vista con sus criaturas. Thomas Mann llevaba el tema tan lejos que llegaba a imaginar cómo sería la firma de sus personajes.
Reconozco que en mi limitadísima experiencia literaria me he reído con las acciones de alguno de los protagonistas de mis libros. No sé si es que soy un poco simple y si al lector luego le pasará lo mismo, pero a mí que me quinten lo “bailao”.

No es infrecuente que quien iba a ser un mero figurante acabe cobrando mayor protagonismo debido a la densidad humana que destila, mientras que otro, concebido para desempeñar un papel relevante, pasa a un segundo plano por insípido.
Unamuno advierte en su Niebla que los personajes adquieren vida propia, aunque mantengan una relación de dependencia con su autor.

La acción creativa moviliza al hombre en su integridad y puede desatar una gran tensión. John Steinbeck trabajaba sólo con lapiceros redondos, pues de lo contrario las aristas se le clavaban en los dedos.
Escribir requiere concentración, falta de distracciones, y un bien tan escaso como es el silencio. La interferencia del mundo sensorial en el imaginativo resulta fatal. No se puede echar a volar cargando con el equipaje de las preocupaciones o de otras distracciones. Escribir, en definitiva, es hacer que los ojos en vez de ingerir, derramen.

viernes, 4 de mayo de 2012

Madres únicas, ¡felicidades!



Le di el pésame. Su madre había fallecido hacía unos días y hasta entonces no había tenido ocasión de hablar con él. Me dio las gracias y me dijo que era “ley de vida”. Tal vez en el sentido biológico lo fuera, pero sólo en ese. Una madre es alguien único en nuestra existencia, "dadora" infatigable; insustituible, con sus fallos y sus virtudes. Probablemente nadie nos ha querido más incondicionalmente, sabiendo cómo somos y dándonos por buenos pese a todo. No, la relación con nuestra madre no obedece a las leyes de la biología, sino a las del amor.

Así que quiero aprovechar estas líneas para felicitar a todas las madres, cuya festividad, al menos en España, se celebra el próximo domingo 6 de mayo. Gracias a todas; sois un regalazo (aunque a menudo se nos pase recordároslo por nuestra mala cabeza). ¡Feliz día de la madre!

miércoles, 2 de mayo de 2012

Sobre señores y sometidos


Históricamente los hombres han tenido la tentación de dividirse en dos clases, una superior y otra sometida. En el Antiguo Testamento vemos cómo en determinado momento los judíos podían tener esclavos, pero no podían esclavizar a otros judíos, sus “iguales”. Lo mismo sucedía con otros pueblos, como los griegos. Platón advierte de que una cosa es esclavizar a los bárbaros, lo cual está la mar de bien, y otra a los propios helenos. Hablaba por experiencia, pues en una de sus aventuras formó parte de los “artículos” de la subasta. Afortunadamente, su amigo Annísceres lo reconoció y pujó por él.

Sin mirar tan atrás en el tiempo, Nietzsche segmentaba la humanidad en dos clases de personas, los señores y los serviles, los débiles, los esclavos. El III Reich hizo otro tanto según criterios raciales. El marxismo segmentó en función de la clase social. Y suma y sigue.

Pero lo llamativo de todo esto es que cada “descubridor” de estas divisiones de la Humanidad siempre se siente perteneciente a la casta dominante.  Todavía no conozco ningún caso en que alguien diga haber hallado una nueva forma de segmentación en la cual él se encuentre entre los sometidos. Para que luego digan que las casualidades no existen.